Las cuatro clases de apego

 

“Amigo Sariputta, se ha dicho: ‘Apego, apego’. Pero, ¿qué es el apego, amigo?”.

 

“He aquí, amigo, que hay estas cuatro clases de apego: apego a los placeres sensuales, apego a los puntos de vista, apego a los rituales y votos, y apego a la creencia de un yo. Estas son las cuatro clases de apego”.

 

“Pero, amigo, ¿hay un sendero, hay un camino para el abandono de estas cuatro clases de apego?”.

 

“Hay un sendero, amigo, hay un camino para el abandono de estas cuatro clases de apego”.

 

“Y, ¿cuál es, amigo, el sendero y el camino para el abandono de estas cuatro clases de apego?”.

 

“Este es, amigo, el Óctuple Noble Sendero, es decir: el recto punto de vista, la recta intención, la recta forma de hablar, la recta acción, el recto medio de vida, el recto esfuerzo, la recta atención consciente y la recta concentración. Este es el sendero, amigo, este es el camino para el abandono de estas cuatro clases de apego”.

 

“Excelente es el sendero, amigo, excelente es el camino para el abandono de estas cuatro clases de apego. Y esto es suficiente, amigo Sariputta, para la diligencia”.

 

Comentario del maestro zen Mumon Roshi:

 

El tema de los apegos es tal vez el eje de la práctica del zen. Toda nuestra vida se trata de la relación que tenemos con nuestros apegos y deseos que a su vez determinan el género de relación que tenemos con el medio social y en última instancia, con el medio cósmico existencial. El maestro Dogen nos dice en infinidad de escritos que es debido a estos apegos que la mente de buda no se manifiesta y por eso los llamamos “obstáculos”. El sutra nos dice que hay cuatro clases de apego; el apego a los placeres sensuales, el apego a los puntos de vista, el apego a los rituales y votos, y el apego a la creencia de un yo. 

 

El primer apego, a los placeres sensuales es uno de los cuatro obstáculos que debemos sortear para poder alcanzar la vía de buda. 

¿Pero qué quiere decir con placeres sensuales? En nuestra vida cotidiana estamos inmersos en una constante oleada de percepciones sensoriales que de una u otra manera influyen sobre nuestra mente y forma de actuar. Las pulsiones de dolor y placer son los motores de nuestra conducta. Nos sentimos atraídos al placer y tenemos un natural rechazo del dolor. A partir de estas dos pulsiones básicas se generan las conductas relacionadas con los deseos infinitos que jamás pueden ser satisfechos y nos mantienen atados a la rueda de la existencia. Para liberarnos de esta dependencia es necesario observar la mente y disciplinarnos en la práctica de zazen tal como se recomienda en el fukanzazengi del maestro Dogen. Dondequiera que estén sentados en la postura, su mente está ya abandonada y la tierra que pisan es la tierra del occidente. ¿Para qué entonces estar buscando algo como la felicidad o la iluminación?.

Zazen no es sentarse a pensar en resolver la vida y la muerte. Tampoco es sentarse con la idea de suprimir los pensamientos o superar los deseos sensuales. Zazen no se trata de liberación o aniquilación. Zazen es simplemente regresar a nuestro ser original, a la condición natural del ser en donde esas pulsiones de atracción y repulsión no existen. De ningún modo nos sentamos a destruir los deseos porque el simple hecho de hacerlo implicaría desear más profundamente y así la práctica se constituye en continuar deseando en vez de simplemente abandonar las pulsiones y solo sentarnos en silencio y quietud sin propósito ni meta.

 

Cuando innumerables deseos golpean las puertas de los sentidos y la mente no se perturba por eso, la naturaleza nirvanica se manifiesta instantáneamente. No se trata entonces de perder nuestra vida en metas sin sentido sino de usar nuestro tiempo para ver y entender la realidad. Hablar de zen es hablar de zazen. El maestro Bodhidharma nos dice al respecto: “El método esencial que incluye todos los métodos es la observación de la mente”.

 

La segunda clase de obstáculo es el apego a los puntos de vista. El maestro Dogen nos insiste muchísimo en este obstáculo en especial y lo menciona muchas veces en sus enseñanzas advirtiéndonos de su importancia. Los seres humanos estamos muy convencidos de lo que creemos y muy a menudo esa convicción no nos permite ver nada más. Estas ideas surgen del medio social y cultural en el cual crecimos, de los valores recibidos en nuestra familia y por supuesto de la educación institucional. Pero en materia de zen, nada de esto tiene validez. 

No existe una sola enseñanza zen que coincida con la educación tradicional recibida. El zen viene a romper con esos prejuicios y ataduras ofreciendo un camino abierto a la experiencia personal e individual que nos permita ver por nosotros mismos y entender la realidad desde allí. Muchos practicantes vienen al zendo y escuchan las enseñanzas con la esperanza de que estas se ajusten a sus criterios personales. Déjenme decirles que esto no pasará ni en mil años de práctica. Pueden sentarse todo lo que deseen, y gastar mil zafus en zazen, pero hasta que no dejen sus puntos de vista erróneos, no alcanzarán el verdadero Dharma de buda. No importa cuánto se empeñen en tratar de hacer que la vía se ajuste a sus ideas de cómo se debe practicar o como se debería entender el dharma. 

Esta actitud de parte de algunos practicantes es la causa del abandono de la práctica y la pérdida de una valiosa oportunidad de estudiar el dharma en su forma correcta y esencia original. El practicante de zen deja los resultados y logros al universo y solo se avoca a la práctica sin espíritu alguno de búsqueda de soluciones para los conflictos y problemas de la vida y la muerte. La práctica cotidiana del zazen va más allá, los lleva a la otra orilla del océano de la vida donde todos estos problemas se ven como algo sin demasiada importancia. En este punto lo que somos, o más bien, lo creemos que somos, no tiene ningún valor. Este se describe muchas veces como estar al borde del abismo, a punto de caer y liberarse de toda la carga de la vida.

 

 

El tercer obstáculo es el apego a los rituales y votos. Si no hacemos zazen y por ende no podemos ver directamente nuestra naturaleza de budas, ¿De qué sirve entonces raparse la cabeza y observar los preceptos y votos?.

Este es un punto muy delicado en donde existe una línea muy delgada entre lo que determina una práctica correcta y lo que define la visión del ser verdadero como la “meta” por llamarla de algún modo, sin la cual todo aquello que hacemos carece de validez. La enseñanza ancestral de los maestros del zen chino nos dice que esto de hacerse monje y cumplir votos no tiene razón de ser si uno no está viendo su naturaleza original. 

Pero qué quieren decir con “Naturaleza original o mente original” Desde el punto de vista del maestro Dogen en donde la práctica y la iluminación son una e indivisibles, nos es imposible separar nuestra vida de todos los días de la realización del ser verdadero en cada acto y pensamiento consciente. Siendo esto así, veremos que nos es igualmente difícil disociar la práctica de los preceptos, de la práctica de zazen el cual constituye el estado de la iluminación. El maestro Dogen nos dice repetidas veces que en la práctica de shikantaza se observan todos los preceptos budistas de forma natural. De esto se deduce que no existe este antagonismo tantas veces discutido a lo largo de la historia del zen en donde se ve a los preceptos como algo innecesario o de menor importancia frente a la práctica del zazen que se presenta como imprescindible. 

Por otra parte existen algunos que afirman que sin la observancia de los preceptos el zazen es ineficaz y se transforma en un mero ejercicio psicofísico o intelectual en el caso de los que utilizan el sistema koan. Cuando caminamos en la arena dejamos huellas. Así que podríamos decir que las huellas no son distintas o independientes del caminar en si. De la misma forma cuando nos sentamos en zazen dejamos las huellas de la naturaleza de buda en nuestro cuerpo y mente. Nuestra carne y huesos se vuelven la carne y huesos de buda y esa es desde siempre nuestra naturaleza original. No es posible separar zazen de la iluminación porque zazen es la iluminación realizada. 

Por otra parte, es necesario entender que luego de muchos años de práctica, todas las actividades como las postraciones, canto de sutras, ceremonias y rituales se reducen hasta que solo zazen permanece. Por eso, es fundamental que se practique todo el tiempo posible y que se le de extrema prioridad poniéndolo por encima de todas las demás prácticas monásticas o seculares. 

Porque en el acto mismo del zazen todos los Dharmas de Buda se cumplen naturalmente y sin intención egoísta o búsqueda de beneficio personal ya sea para éste mundo o el siguiente.

 

El cuarto obstáculo es el apego a la creencia de un yo individual. La razón por la cual esta creencia se constituye rápidamente en un obstáculo es que como pensamos que la individualidad es permanente y que en la forma del alma individual nosotros podremos conservar nuestra persona intacta para la eternidad, no somos capaces de aceptar los dos principios fundamentales de la causalidad y la interdependencia y así pasamos nuestras vidas tratando de resguardar un ego que se piensa a sí mismo, como el centro del universo. Con esta base nos es imposible liberarnos de la idea del yo y en consecuencia este se constituye como el centro inamovible de nuestras vidas y con ello no hacemos más que perpetuar nuestro sufrimiento. 

Lo cierto es que no hay diferencia entre la mente común llena de aflicciones y la mente de Buda libre del tormento de la vida y la muerte. Porque si así fuera, habría budeidad en unos y en otros no, habría iluminación para unos y para otros no. Cuando se sientan en zazen cientos de Dharmas se realizan en un instante. Miles de sutras se cantan, incontables koans se resuelven e infinitos méritos alcanzan a todos los seres que sufren. 

 

Hablar de zen es hablar de zazen. Esta es la raíz de la fe. Aquellos que tomamos los preceptos debemos ser diligentes en la práctica de zazen como si nuestra vida dependiera de ello. Si no practicamos así, ¿Cómo podríamos esperar que este nos libere de los horrores de la vida y la muerte? Nada puede hacerse a partir de un espíritu fundado en la comodidad y el facilismo. 

Zazen es difícil pero sus frutos son excelentes. Para practicar verdaderamente debemos abandonar toda ambición de poder, búsqueda de fama, riqueza o rango, así podremos vivir como un auténtico patriarca. Esto es esencial. Pensar en el éxito o el fracaso implica no haber alcanzado aún la verdadera práctica o la unicidad de la mente. La vía significa ir más allá de las ilusiones del mundo, más allá del cielo y el infierno, es ir más allá del más allá. Separarse del cuerpo y mente y luego olvidar la separación, olvidar samsara y nirvana es olvidarlo todo definitivamente y para siempre.

 

Finalmente el buda nos dice: “Excelente es el sendero, amigo, excelente es el camino para el abandono de estas cuatro clases de apego. Y esto es suficiente, amigo Sariputta, para la diligencia”. 

Esto quiere decir que no son necesarias las austeridades, el estudio académico, los sacrificios de ningún ser vivo, los rituales o el progreso material en aras de la riqueza y el poder en este mundo o el siguiente, y que nos basta con haber alcanzado el abandono de estas cuatro formas de apego para alcanzar la vía y recorrerla.


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