La alegría auténtica

 


Los sabios viven alegremente porque no tienen calificativos para sí mismos y así, no califican a los demás. Ellos no se creen sabios o tontos, solo viven el día. Ellos dejaron de lado sus expectativas y se volvieron como el viento, no pueden ser encontrados ni aquí ni allá. Nada les pertenece y por eso ellos no le pertenecen a nada. ¿Qué tiene de especial sentarse en zazen?. ¡Nada!. Es tan solo una perdida de tiempo.

 

¿Acaso alguien puede pensar en que es mejor que otro por perder su tiempo sentado frente a una pared sin hacer nada?. ¿Cómo alguien podría esperar ser más que otro, más sabio, más inteligente o más santo por solo sentarse?. Los budas no hacen nada, no piensan en nada ni meditan ni resuelven koans. Ellos andan todo el día sin andar, y practican todo el tiempo sin practicar nada. No tienen ataduras, no fijan su identidad en nada y de esa forma, su atención jamás se dispersa. 

 

¿Cómo se entiende esto? El apego hace que nos sintamos hacedores, autores y destinatarios de los medios a nuestro alrededor. Eso hace que nos veamos a nosotros mismos como dueños de las cosas cuando, en realidad, somos poseídos por ellas. Nos adueñamos del mundo y nos creemos su centro. Pero un practicante esclarecido que ha entrado en el camino, no piensa de esa forma. El no se siente ni el autor ni el destinatario de nada, el solo vive el día a día sin mayores planteamientos y sobre todo, sin exigencias ni espíritu de mejora. 

 

El jardinero hace el jardín y el cocinero cocina la comida. ¿Qué hay de especial en esto?. La búsqueda de la perfección denota una pérdida del sentido de la vida y una total desconexión con ella. Los budas no buscan tales cosas. Nuestra alegría deberá ser inconsciente, natural. Los otros podrán verla, nosotros no. Esa es la alegría auténtica. Nada más darnos cuenta de su presencia, esta desaparece y el miedo ocupa su lugar. Pero, ¿es posible vivir alegre?. Claro que sí. Los agradecidos viven alegres, los generosos y abiertos al cambio, viven alegres. Aquellos que aceptan las enseñanzas sin ego viven alegres. 

 


Mientras que los mezquinos y arrogantes sufren constantemente el fuego de sus pasiones. Los amables y caritativos son alegres, los de corazón limpio y fuerte que no se permiten la auto-indulgencia son alegres y andan el camino sin apuro. Aquellos que se alegran del bien ajeno viven alegres. Los avaros solo cuentan infortunios y viven quejándose de su suerte. La alegría verdadera nunca está fundada en aquello que atesoramos o codiciamos sino más bien, en las cosas que nos faltan, en aquellas que dejamos atrás; en todo lo que ya se fue y en todas aquellas cosas que ya no forman parte de nuestro espíritu. Los envidiosos son siempre infelices y viven amargados. 

 

Aquéllos que acuñan buenos deseos hacia todos son alegres y no tienen nada de lo cual arrepentirse. Ellos jamás culpan a otros por nada, ni siquiera siendo aquellos culpables. Los que ponderan los logros ajenos y ocultan los propios son alegres, nada temen y nada tienen que demostrar o defender ante otros. Son libres y sus palabras son siempre una bendición. Pero a esta alegría no se la puede comprar en una tienda, debemos aprender a ser sinceros en la práctica y soltar todos los apegos. El apego es sufrimiento, el abandono y la renuncia son la alegría.

 

Cuando nos sentamos, la serena alegría de Buda se refleja en nosotros, no hay nada más que eso. Buda no tiene metas que cumplir ni nada que mejorar, no le debe nada a otros y menos a quienes piensan que se les debe algo. Para vivir alegres, debemos primero que nada ser agradecidos. Si empezamos nuestro día con tres postraciones de gratitud y refugio hacia los tres tesoros, ese día será poderoso y digno de ser vivido. Los alegres no tienen apremio, no andan por ahí sentando cátedra a otros, ni piensan que son un ejemplo de vida. 

 

Son serenos y reflexivos y no se entrometen en la vida de nadie. No le dicen a los demás qué hacer con sus vidas. Ellos viven respetando tanto lo que merece respeto como lo que no lo merece. Respetan lo que pueden ver y lo que no pueden ver, respetan aquello que entienden y también lo que no entienden. No pasan sus días opinando sobre mil cosas distintas. No pierden su valioso tiempo discriminando a otros. Zazen es volver a ser lo que siempre fuimos, vacuidad, dicha infinita, luz eterna inmensurable. Esta es la alegría que no tiene causa, que es como el viento que va y viene sin restricciones. 

 


Aquellos que practican con gran mérito y se alegran del mérito y virtud ajenos, se liberan a su vez de todos los males. Esa alegría no tiene origen ni final. Pero para alcanzarla, debemos separarnos de la avidez de goce y la expectativa de recompensa para esta vida o la siguiente. De esto entendemos que la alegría de buda se vive sin más y llega cuando llega, pero debemos tener presente que si se goza o se codicia , se pierde. En la vida solo se conserva aquello que se comparte gratuitamente. Por otro lado, si mostramos con orgullo a otros nuestras buenas acciones, nuestros méritos se diluyen hasta desaparecer. 

 

Lo mismo cuando actuamos bien y de acuerdo al dharma pero luego con o sin razón, nos arrepentimos de ello, el mérito de esas buenas obras estaría perdido. Por eso mismo Bodhidharma le dice al emperador Wu que, pese a haber hecho tanto bien al mundo y haber reunido tanto mérito, el se va a condenar al infierno debido al apego que tenía por el fruto de sus méritos. La alegría no es lo mismo que la felicidad y no tienen el mismo origen. La búsqueda de la felicidad es algo egoísta y pernicioso, mientras que la alegría espontánea y natural, carece de límites y propósito, por eso mismo es genuina y espontánea.

 

(Maestro zen Mumon Savoy roshi)

 


 

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