Ofrendas al mundo

 

Muchas veces nos preguntamos, ¿qué podríamos hacer para ayudar al mundo y aliviar el sufrimiento?. El camino de buda no es para cambiar al mundo sino para cambiarnos a nosotros mismos. 

 

Aquellos de buen corazón que se alegran con el bien y la liberación de todos, viven ofrendando al mundo sus méritos no solo para el bien propio sino para la liberación de todos los seres de los tres mundos. Pero nada de esto lo hace de forma intencional, un bodhisattva no se siente el autor de sus acciones por grandes y maravillosas que estas fueran. 

 

Esta es la forma del mahayana que es, según el sexto patriarca, otro nombre para el zen. Decir zen es entonces, lo mismo que decir mahayana. La buena noticia es que todas las prácticas pueden ser hechas justo donde estamos en este momento.

 

No se necesita nada especial más allá de un espacio propicio y la ocasión de realizar alguna tarea cotidiana como barrer y cocinar sumada a una gran cuota de atención. Ese es nuestro momento de ofrendar nuestra vida para el bien de todos. Y, ¿Cómo se hace esto de forma concreta?. Cada vez que un pensamiento reflexivo surge en nuestra mente, todos los seres reciben ese pensamiento a nivel subconsciente, más allá de la razón. 


Porque todos estamos conectados y somos interdependientes. No se puede explicar a otros, es algo vivo dentro nuestro que difícilmente puede ser compartido con otros a través de ideas o discursos. De igual forma, cada vez que un pensamiento compasivo aparece en nuestra mente todos los seres absorben ese impulso benéfico de bondad incondicional. 

 

Cada vez que nuestra mente se abstiene de actuar de forma impulsiva y se vuelca al interior de manera que nuestras pasiones no dañen a otros, la naturaleza de Buda se manifiesta y este mismo cuerpo y mente aquí y ahora, se vuelven el cuerpo y la mente de Buda.

 

 

Pero en toda esa transformación, la mente original no ha tenido ningún cambio. La mente de Buda no está fragmentada en los opuestos del bien y el mal. Cuando un bodhisattva actúa sin apego no solo se libera a si mismo de la esclavitud, sino que por medio de sus méritos compartidos, ayuda a todos a liberarse. Este es el espíritu del mahayana. Cada acción, cada pensamiento o palabra se vuelven dharma vivo


Cada postración de homenaje y gratitud que hacemos hacia todos los budas y maestros del pasado y el futuro, cada vara de incienso que encendemos, cada sutra que cantamos, cada cuenco que lavamos o piso que barremos y cada grano de arroz que comemos son dharma viviente. Cada voto que hacemos para el bien de todos, cada virtud que logramos practicar, cada cosa que aprendemos, cada gesto amable que damos a otros, son también una ofrenda a todos los budas. 


Así, cada paso que damos, sin importar siquiera adonde nos dirigimos, se vuelve dharma viviente en el mundo y un regalo para todos los seres. Aquellos que practican la contemplación del muro con asiduidad, llegan a comprender esto de forma intuitiva cuando su prajña intrínseco se activa por medio de la atención y la quietud. Para aquellos que han tomado los votos ya no es necesario preocuparse por el destino para después de la muerte como tampoco por la suerte de aquellos que han muerto. 

 


La única cosa importante es hacer la práctica correcta tal como fue hecha por nuestros padres fundadores. Todo lo demás puede ser abandonado sin pena ni remordimiento ya que en el acto mismo de practicar está ya implícita la liberación de todos los seres y no es necesario preocuparse por ninguna otra cosa más allá de continuar la práctica con ahínco y atención constantes. Cuando la práctica de un estudiante es pura esa práctica podría liberar a siete generaciones de su familia de todos los estados de sufrimiento.


Para hacer una gran ofrenda al mundo no se necesitan banderas, ni platillos, ni bombos, basta con actuar en bien de todos los seres sin espíritu de provecho personal. Esto es mucho más que suficiente y deberíamos estar alegres solo con sentarnos en silencio, inmóviles, reducidos a una sola respiración aquí y ahora. No existe mayor ofrenda que esta práctica de abandono del propio cuerpo y mente.

 

Maestro zen Mumon Savoy

 

 

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